La noche como un manto negro, desciende sobre el silencioso castillo.
Unas pocas velas encendidas atestiguan la presencia de tres personas,
oscuras y misteriosas.
Reunidos alrededor del calor que emana de la enorme chimenea, cada uno de ellos está ensimismado en sus pensamientos.
El conde, delgado y de piel cetrina, simula leer el periódico del día.
Su hija Cornelia, de figura insulsa y blanco de las burlas de todos los jóvenes del condado, borda a desgano.
El jorobado, un huérfano que vive en el castillo gracias a la generosidad de Cornelia, sirve un té de hibisco a la joven y un brandy al conde.
Cornelia odia a su padre, siempre indiferente a sus miedos y a sus angustias.Siempre violento con su madre. "Hoy es el día", piensa entre puntada y puntada.
La última campanada del reloj de pie anuncia la medianoche, la hora de las brujas.
El conde, con voz gélida, da las buenas noches y con paso cansino se retira a su habitación. Desde la muerte de su esposa, hacía ya una semana, se mantiene distante y abstraído.
- Es hora - Cornelia arroja con desinterés su labor al fuego y le indica al jorobado que la siga.
Toman por un pasillo que los lleva hasta una escalera caracol. Descienden con precaución alumbrado el camino con una antorcha que porta el jorobado.
Al llegar, Cornelia rebusca en uno de sus bolsillos y extrae una llave de plata. La cerradura oxidada de la pesada puerta de roble cede sumisa abriéndose a su ama.
El lugar se ilumina con cientos de velas que se encienden repentinamente en el preciso momento que Cornelia entra. Es su laboratorio.
El aspecto de la muchacha muta drásticamente. La oruga se transforma en mariposa.
El jorobado nunca termina de acostumbrarse a la metamorfosis Cornelia.
La doncella desabrida y sin gracia, refulge como el más exquisito diamante. Ojos de esmeralda, cabellera de fuego, boca de rubí, toda ella es una canto a los dioses.
Sobre una larga mesa se destaca un variopinto instrumental médico: pinzas, bisturís, ganchos separadores, tijeras, punzones, sondas, agujas, hilo para suturar, trépanos cilíndricos, gubias...
En un caldero hierve agua. El jorobado tira dentro unas cuantas hojas de ruda. El olor, fuerte y desagradable, espantará a los espíritus malignos.
Cuando Cornelia comprueba que todo estaba dispuesto para llevar a cabo su cometido, se dirige hacia un armario. Entra en él. El jorobado, pegado a ella va provisto de una pala.
Salen a un descampado. Por un sendero sinuoso y envueltos por una densa neblina, alcanzan el cementerio.
En la tumba de su madre Cordelia se arrodilla y eleva una plegaria. Acto seguido ordena a su fiel sirviente que cave. Entre los dos sacan el ataúd de la fosa y lo llevan al laboratorio. Con delicadeza depositan el cadáver sobre la mesa. Cornelia, evitando mirar el rostro desfigurado de su madre, desgarra la mortaja dejando visible el abdomen. Con un bisturí corta la piel apergaminada hasta abrir la cavidad abdominal.
Extrae el estómago, el bazo y el hígado. Estudia el color de los órganos y los rebana hurgando su contenido.
En el estómago encuentra la respuesta esperada. "Cantarella", potente veneno obtenido de la mezcla del arsénico con vísceras de cerdo secas.
Cornelia, anota todo en su cuaderno de experimentos. Su grimorio, el "Picatrix", la había adoctrinado en profundidad. En realidad, todos su libros, códices secretos, contribuyeron a hacer de ella una singular y poderosa hechicera.
Su tío Leonardo, hace ya mucho tiempo, fue el que despertó en ella la curiosidad por la anatomía.
Satisfecha, sutura con celeridad la incisión y nuevamente, con la ayuda del jorobado, coloca el cuerpo dentro del ataúd y con presteza lo retornan a su tumba.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, se presenta ante su padre.
- ¿Tú quién eres y cómo osas irrumpir en mi propiedad? - protesta malhumorado el conde al no reconocer en aquella fascinante mujer a su insulsa hija.
- Soy Cornelia, padre. ¿Acaso no me reconoces? _ una sonrisa perversa asoma en sus labios.
- ¿Cornelia? - la inspecciona perplejo a través de sus quevedos - ¡Cornelia!_ reacciona colérico _ ¿Qué te ha sucedido?
- A mí, nada. Pero a ti, ¡si te sucederá!
- Te prohíbo que me hables crípticamente. ¡Sé clara, maldición! - con rudeza estrella un puño sobre la mesa.
- Pues bien, te comunico que ha llegado tu turno.
Reunidos alrededor del calor que emana de la enorme chimenea, cada uno de ellos está ensimismado en sus pensamientos.
El conde, delgado y de piel cetrina, simula leer el periódico del día.
Su hija Cornelia, de figura insulsa y blanco de las burlas de todos los jóvenes del condado, borda a desgano.
El jorobado, un huérfano que vive en el castillo gracias a la generosidad de Cornelia, sirve un té de hibisco a la joven y un brandy al conde.
Cornelia odia a su padre, siempre indiferente a sus miedos y a sus angustias.Siempre violento con su madre. "Hoy es el día", piensa entre puntada y puntada.
La última campanada del reloj de pie anuncia la medianoche, la hora de las brujas.
El conde, con voz gélida, da las buenas noches y con paso cansino se retira a su habitación. Desde la muerte de su esposa, hacía ya una semana, se mantiene distante y abstraído.
- Es hora - Cornelia arroja con desinterés su labor al fuego y le indica al jorobado que la siga.
Toman por un pasillo que los lleva hasta una escalera caracol. Descienden con precaución alumbrado el camino con una antorcha que porta el jorobado.
Al llegar, Cornelia rebusca en uno de sus bolsillos y extrae una llave de plata. La cerradura oxidada de la pesada puerta de roble cede sumisa abriéndose a su ama.
El lugar se ilumina con cientos de velas que se encienden repentinamente en el preciso momento que Cornelia entra. Es su laboratorio.
El aspecto de la muchacha muta drásticamente. La oruga se transforma en mariposa.
El jorobado nunca termina de acostumbrarse a la metamorfosis Cornelia.
La doncella desabrida y sin gracia, refulge como el más exquisito diamante. Ojos de esmeralda, cabellera de fuego, boca de rubí, toda ella es una canto a los dioses.
Sobre una larga mesa se destaca un variopinto instrumental médico: pinzas, bisturís, ganchos separadores, tijeras, punzones, sondas, agujas, hilo para suturar, trépanos cilíndricos, gubias...
En un caldero hierve agua. El jorobado tira dentro unas cuantas hojas de ruda. El olor, fuerte y desagradable, espantará a los espíritus malignos.
Cuando Cornelia comprueba que todo estaba dispuesto para llevar a cabo su cometido, se dirige hacia un armario. Entra en él. El jorobado, pegado a ella va provisto de una pala.
Salen a un descampado. Por un sendero sinuoso y envueltos por una densa neblina, alcanzan el cementerio.
En la tumba de su madre Cordelia se arrodilla y eleva una plegaria. Acto seguido ordena a su fiel sirviente que cave. Entre los dos sacan el ataúd de la fosa y lo llevan al laboratorio. Con delicadeza depositan el cadáver sobre la mesa. Cornelia, evitando mirar el rostro desfigurado de su madre, desgarra la mortaja dejando visible el abdomen. Con un bisturí corta la piel apergaminada hasta abrir la cavidad abdominal.
Extrae el estómago, el bazo y el hígado. Estudia el color de los órganos y los rebana hurgando su contenido.
En el estómago encuentra la respuesta esperada. "Cantarella", potente veneno obtenido de la mezcla del arsénico con vísceras de cerdo secas.
Cornelia, anota todo en su cuaderno de experimentos. Su grimorio, el "Picatrix", la había adoctrinado en profundidad. En realidad, todos su libros, códices secretos, contribuyeron a hacer de ella una singular y poderosa hechicera.
Su tío Leonardo, hace ya mucho tiempo, fue el que despertó en ella la curiosidad por la anatomía.
Satisfecha, sutura con celeridad la incisión y nuevamente, con la ayuda del jorobado, coloca el cuerpo dentro del ataúd y con presteza lo retornan a su tumba.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, se presenta ante su padre.
- ¿Tú quién eres y cómo osas irrumpir en mi propiedad? - protesta malhumorado el conde al no reconocer en aquella fascinante mujer a su insulsa hija.
- Soy Cornelia, padre. ¿Acaso no me reconoces? _ una sonrisa perversa asoma en sus labios.
- ¿Cornelia? - la inspecciona perplejo a través de sus quevedos - ¡Cornelia!_ reacciona colérico _ ¿Qué te ha sucedido?
- A mí, nada. Pero a ti, ¡si te sucederá!
- Te prohíbo que me hables crípticamente. ¡Sé clara, maldición! - con rudeza estrella un puño sobre la mesa.
- Pues bien, te comunico que ha llegado tu turno.
- ¿Mi turno? _ vocifera inquieto.
- Tu turno de morir, padre amado. El turno de pagar tu crimen. Sólo que en vez de utilizar "cantarella", he puesto cianuro en tu café. Sabes que la investigación es mi debilidad y ahora, gracias a ti, sabré como ese potente veneno altera los órganos. Necesito conejillos de indias y ¡tú!, padre, eres uno de mis predilectos. El asesinato de mi madre será vengado - concluye mirándolo fijamente.
De repente,una corriente de nauseas ataca al conde.
El jorobado, con prontitud, le entrega a Cornelia su cuaderno de notas.
- Gracias querido - con gracia angelical se acomoda muy cerca de su padre que, en ese preciso instante, convulsiona. Con elegancia toma una pluma, la moja en la tinta y comienza a describir los síntomas que observaba extasiada: nauseas, vómitos, convulsiones, piel fría y húmeda...
- ¿Qué sientes padre? _ pregunta con tranquilidad.
- Quema, quema.
- Quemazón interna, ahogo _ continúa escribiendo.
Finalmente el pobre infeliz fallece de un infarto.
_ Y ahora...¡al laboratorio! _ ríe complacida.
De repente,una corriente de nauseas ataca al conde.
El jorobado, con prontitud, le entrega a Cornelia su cuaderno de notas.
- Gracias querido - con gracia angelical se acomoda muy cerca de su padre que, en ese preciso instante, convulsiona. Con elegancia toma una pluma, la moja en la tinta y comienza a describir los síntomas que observaba extasiada: nauseas, vómitos, convulsiones, piel fría y húmeda...
- ¿Qué sientes padre? _ pregunta con tranquilidad.
- Quema, quema.
- Quemazón interna, ahogo _ continúa escribiendo.
Finalmente el pobre infeliz fallece de un infarto.
_ Y ahora...¡al laboratorio! _ ríe complacida.
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