"Durante siglos fui el cancerbero de este castillo emplazado en un valle
rodeado por una impresionante muralla de montañas. Imposible acceder al
él, sólo por el aire o por un túnel, cuya existencia sólo conoce el amo
de la fortaleza. El depositario de este secreto fielmente guardado,
antes de morir lo confía a su primogénito, y así de generación en
generación.
Por aquí han pasado prisioneros de guerra, traidores a la corona,
espías, homosexuales, adúlteras y hasta una hechizara. Ninguno de ellos
salió con vida. Fueron víctimas de horribles suplicios, las peores
máquinas de tortura tienen su sitio de privilegio en las lúgubres
mazmorras del castillo.
Los prisioneros de guerra se colocan en el potro y como títeres de carne
y hueso, mueven sus extremidades al compás de la manivela. Al girar,
las cuerdas se tensan hasta dislocar articulaciones y romper huesos.
Los espías y traidores son condenados a la rueda. En ella los maniatan, y
debajo se enciende una fogata y durante horas se hace girar la rueda
sobre el intenso fuego cocinando a lo infelices.
La reina de las máquinas de tortura es sin dudas, "la hija del
carroñero". En esa estructura de hierro terminan los herejes, los
homosexuales y los espías. Son aplastados con la fuerza de una tenaza,
que lentamente va rompiendo la columna vertebral hasta despedazarla,
saliendo sangre por todos los orificios del cuerpo. Hasta a mí me
repugnaba ver sus despojos.
Finalmente a las brujas y a las adúlteras se las encierra en "la
doncella de hierro". Este sarcófago siniestro las mantiene vivas,
desangrándose lenta y agónicamente, a consecuencia de las trece púas que
se introducen en la carne al cerrar la puerta frontal.
¡Sádicos!, y después se escandalizan de mis métodos, ¡es inaudito!.
Como dije al principio del relato, hace siglos que soy el guardián por
excelencia de este castillo y nunca antes experimenté este sentimiento
que me hace viajar de los infiernos escabrosos a los cielos excelsos.
Como nunca antes me pasó, no sé que nombre darle; aunque creo que lo
llaman amor.
La causante de esta incertidumbre que me devora los sentidos es una gentil doncella, prisionera en la torre.
Su exquisita belleza me impactó, pero lo que robó mi corazón fue su pureza; la inocencia de su alma,
libre de maldad y engaños.
Su continuo llanto turba mi espíritu, ¡que no daría yo por verla sonreír!.
Sé que me odia y teme, es lógico soy el truhán que la vigila y controla. Aquel que le impide huir de la soledad.
Quisiera consolarla con dulces y tiernas palabras, pero no esgrimo el arte de la seducción.
Desfallezco por acariciar su tersa piel, por besar sus labios de rosa;
por abrazar su delicado cuerpo, pleno de recodos y curvas sensuales,
pero mi rudeza me atemoriza...podría dañarla.
Desde su llegada, el enigma de su cautiverio me inquietó sobremanera
hasta que en cierta ocasión escuché, por casualidad, la cruel historia
de Domitila, el nombre de mi amada.
Fruto de la relación incestuosa de hermanos, la pequeña Domitila,
siempre vivió recluida. Primero en las lóbregas catacúmbas de San
Calixto, cercanas al palacio de su abuelo, rey de Atica y ahora aquí.
Sé, por experiencia, que nunca será libre. Me tranquiliza saber que no
será torturada, permanecerá encerrada hasta su muerte. El mundo no debe
conocer semejante abominación. ¿Pero se la debe castigar a ella por la
flaqueza de sus padres? ¡Que necio es el hombre!, siempre jactándose de
su estirpe, siempre encubriendo sus pecados con males peores.
Algo extraño esta sucediendo. Domitila parece feliz, quizás la lectura
que con tanto interés devoró las pasadas dos noches benefició su ánimo
alicaído.
¿Es un sueño o me está llamando? Sí, me llama. Es la primera vez que lo hace.
¿Quieres brindar conmigo?,¿por qué?, las preguntas quedan atrapadas en
mi pensamiento, no puedo exteriorizarlas. Sin embargo, ella parece
comprenderme.
_ Bebe conmigo, por favor. Aunque eres mi guardián, también eres mi único compañero en esta soledad que me agobia.
Acerca la copa de cristal a mis labios y bebo atónito, embelesado por su
mirada diáfana y cristalina como agua de manantial. Un repentino mareo
se apodera de mí, pero enseguida me recupero.
El sentimiento llamado amor que alberga mi corazón, se transforma en un guerrero que me toma prisionero.
¿Que me has dado de beber?, quiero gritar, pero una vez más la frase queda atascada.
_ Un hechizo de amor. No temas, no te hará daño. Lo he preparado con los
pétalos de la rosa roja que me traes todas las mañanas, macerados en el
vino dulce que acompaña mis almuerzos y unas gotas de esencia de
pachuli que guardo celosamente entre mis pertenencias.
Semejante disparate fue innecesario, pienso divertido, si te amo con
locura. Ahora entiendo el brillo de sus ojos al pasar las páginas del
viejo libro. Planeaba el hechizo.
_ Llévame lejos de aquí, quiero conocer la libertad, vivirla! No es una orden, es una súplica.
Su voz prístina me sobrecoge. Enceguecido de pasión, permito que suba a
mi lomo, extiendo mis alas con audacia y vuelo alto, muy alto, fuera del
alcance de las miles de flechas que bregan por darnos caza.
Las lágrimas de Domitila mutan en risa y mi amor se intensifica. No sólo ella es libre, yo también lo soy.
Cruzamos una ancha franja de aguas tan azules como el firmamento que nos cobija.
Aterrizo en una zona despoblada para evitar el pánico. Las personas le
temen a mis bocanadas de fuego, a mis garras, a mis colmillos y a mi
larga cola, con la que azoto a diestra y siniestra.
Lo que la gente no sabe es que ataco si me atacan, sólo me defiendo.
Domitila se desliza por mis escamas y pisa suelo firme.
_ Gracias mi buen dragón _ me susurra con tanta dulzura que mi corazón tiembla.
Con una de mis garras desprendo de mi pecho dos gemas, un ópalo negro y un rubí, y lo deposito a sus pies.
_ ¿Para mí?_ se estremece.
Para ti, amor mío. Cuídate y sé feliz, quisiera que me escuchara, me desespera no poder hablar.
Pero ella entiende, agradecida se abraza a mi cuello y me besa.
_ Nunca te olvidaré mi generoso guardián, mi hermoso dragón plateado.
La veo alejarse y surge de mis labios un conjuro : Espíritus de la
naturaleza les imploro que libren a mi amada de todo daño conocido y por
conocer, que desarmen a todos sus enemigos carnales y descarnados, que
la salven cuando sea perseguida y que ningún influjo o maleficio logre
afectarla.
Ve en paz mi amor."
El dragón, ser mágico y poderoso, ve el futuro de Domitila, un futuro luminoso.
Ahora que ella ya no está, deja de fingir. Una flecha envenenada con
cantaridina atravesó impunemente la sólida capa de escamas,
expandiéndose por todo su organismo.
"Doy gracias a las Animas por haber conocido el amor, un sentimiento tan
profundo que me liberó de ser testigo y avalar tantas atrocidades.
Muero en paz, pero mi espíritu continuará siendo tu fiel centinela, mi
dulce Domitila."
Cuenta la leyenda que del cuerpo sin vida del dragón plateado, brotó un
árbol gigantesco del que una vez al año brota una savia color roja con
poderes sanadores. Los lugareños afirman que es un regalo del dragón en
compensación por el mal del que fue artífice.
Lo que ellos no saben, es que esa savia es en realidad, la "sangre del
dragón" derramada por amor, un amor inextinguible como el fuego eterno.
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