Ya pasa la medianoche y llego, luego de un agitado viaje, al castillo de mi prometido. Él me espera junto a la puerta del gran salón. La chimenea encendida caldea el lugar, junto a ella, sobre un cojìn de terciopelo azul, duerme un gato atigrado.
Suspiro aliviada por huir del frío que acecha en el exterior y que como un enemigo indecente se filtrò en mi cuerpo apropiándose de él.
El me recibe con una sonrisa que derrite mi corazón. Nos besamos con pasión. Los testigos que nos rodean, en su mayoría soldados, no son obstáculo para nuestra demostración. de amor.
Me toma la mano y con gentil caballerosidad me guìa hasta el centro del salón.
Una larga mesa cubierta por decenas de deliciosos platillos hace rugir mi estómago. Desde ayer que no pruebo bocado. Las nauseas que me provocó presenciar a los criados incinerando los cadáveres de mis padres, víctimas de la peste, me robó el apetito.
Al recordar la voraz enfermedad., un temblor se apodera de mi y me siento desmayar.
Mi prometido atento a mis reacciones me sostiene entre sus brazos prodigándome dulces palabras de consuelo.
Abro los ojos y la veo. Se me revuelven las tripas al observar como la intrusa hace gala de su belleza y de su fragilidad ante él.
Mi señor le acaricia la mejilla y ella se sonroja mientras él le susurra palabras al oído. La escena me asquea, sin embargo permanezco en mi lugar, impasible. No debo revelar mis sentimientos, seria mi perdición.
La dama apenas come, derrama algunas làgrimas para seducir a mi amo, y màs tarde, sube a su alcoba.
Yo la sigo y entro a su habitación detrás de ella. Al comprobar mi presencia pega un respingo, pero luego se tranquiliza. Se arrodilla en el reclinatorio y reza un salmo de su salterio. Se acuesta y se duerme enseguida.
Apenas he dormido un par de horas y un ruido perturbador me despierta, parecen rasguños. Es inquietante.Tomo el candil que permanece encendido en una mesa cercana a mi cama y curiosa, quiero saber de donde proviene y que lo ocasiona.
Me abrigo con una capa forrada de pieles de marta cibelina y atravieso con sigilo el largo pasillo hasta la escalera caracol que une el primer piso con el salón principal.
El primer tramo lo desciendo con cuidado, pero luego me distraigo al ver a mi amado leyendo junto al fuego. Muchas veces me ha mencionado su insomnio y que lo combate con la lectura. Apuro mi paso deseosa de su protección. Mi miedo se disipa. Apoyo el pie en uno de los últimos escalones y tropiezo con un bulto, ¿qué es? Caigo torpemente...ruedo...todo es oscuridad.
No puedo permitir que la intrusa me arrebate el amor de mi señor. He visto su malévola intención en sus ojos del color de la noche. Me ha sonreído queriendo granjearse mi cariño. ¡Ilusa! La rechacé provocando su desconcierto. Debo librarme de ella. El es mío, sólo mío.
Busco la manera de despertarla, de asustarla. Cuando lo logro me agazapo en la escalera y espero.
La muy tonta tropieza y cae...rueda...¡muere! ¡Aleluya!
Me deslizo con agilidad pasando con indiferencia sobre el cadáver y me acomodo frente a la chimenea. Espero la reacción de mi señor. Nada.
Lo observo y me doy cuenta que está dormido sobre "El arte de la guerra", de Maquiavelo. Abandono mi almohadón y paso a su lado acariciando sus musculosas piernas con mi cola. Salto sobre su regazo y comienzo a ronronear, feliz.
"Mi gatita traviesa", lo escucho decir adormilado mientras pasa con ternura su mano sobre mi lomo.
Suspiro aliviada por huir del frío que acecha en el exterior y que como un enemigo indecente se filtrò en mi cuerpo apropiándose de él.
El me recibe con una sonrisa que derrite mi corazón. Nos besamos con pasión. Los testigos que nos rodean, en su mayoría soldados, no son obstáculo para nuestra demostración. de amor.
Me toma la mano y con gentil caballerosidad me guìa hasta el centro del salón.
Una larga mesa cubierta por decenas de deliciosos platillos hace rugir mi estómago. Desde ayer que no pruebo bocado. Las nauseas que me provocó presenciar a los criados incinerando los cadáveres de mis padres, víctimas de la peste, me robó el apetito.
Al recordar la voraz enfermedad., un temblor se apodera de mi y me siento desmayar.
Mi prometido atento a mis reacciones me sostiene entre sus brazos prodigándome dulces palabras de consuelo.
Abro los ojos y la veo. Se me revuelven las tripas al observar como la intrusa hace gala de su belleza y de su fragilidad ante él.
Mi señor le acaricia la mejilla y ella se sonroja mientras él le susurra palabras al oído. La escena me asquea, sin embargo permanezco en mi lugar, impasible. No debo revelar mis sentimientos, seria mi perdición.
La dama apenas come, derrama algunas làgrimas para seducir a mi amo, y màs tarde, sube a su alcoba.
Yo la sigo y entro a su habitación detrás de ella. Al comprobar mi presencia pega un respingo, pero luego se tranquiliza. Se arrodilla en el reclinatorio y reza un salmo de su salterio. Se acuesta y se duerme enseguida.
Apenas he dormido un par de horas y un ruido perturbador me despierta, parecen rasguños. Es inquietante.Tomo el candil que permanece encendido en una mesa cercana a mi cama y curiosa, quiero saber de donde proviene y que lo ocasiona.
Me abrigo con una capa forrada de pieles de marta cibelina y atravieso con sigilo el largo pasillo hasta la escalera caracol que une el primer piso con el salón principal.
El primer tramo lo desciendo con cuidado, pero luego me distraigo al ver a mi amado leyendo junto al fuego. Muchas veces me ha mencionado su insomnio y que lo combate con la lectura. Apuro mi paso deseosa de su protección. Mi miedo se disipa. Apoyo el pie en uno de los últimos escalones y tropiezo con un bulto, ¿qué es? Caigo torpemente...ruedo...todo es oscuridad.
No puedo permitir que la intrusa me arrebate el amor de mi señor. He visto su malévola intención en sus ojos del color de la noche. Me ha sonreído queriendo granjearse mi cariño. ¡Ilusa! La rechacé provocando su desconcierto. Debo librarme de ella. El es mío, sólo mío.
Busco la manera de despertarla, de asustarla. Cuando lo logro me agazapo en la escalera y espero.
La muy tonta tropieza y cae...rueda...¡muere! ¡Aleluya!
Me deslizo con agilidad pasando con indiferencia sobre el cadáver y me acomodo frente a la chimenea. Espero la reacción de mi señor. Nada.
Lo observo y me doy cuenta que está dormido sobre "El arte de la guerra", de Maquiavelo. Abandono mi almohadón y paso a su lado acariciando sus musculosas piernas con mi cola. Salto sobre su regazo y comienzo a ronronear, feliz.
"Mi gatita traviesa", lo escucho decir adormilado mientras pasa con ternura su mano sobre mi lomo.
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